Esa tarde encontré a mi
vecino y le pregunté si escuchaba los teléfonos sonar cada noche. Él me
respondió que solo escuchaba el timbre de mi teléfono. Me quedé en silencio y
sin haberme despedido me fui alejando lentamente.
Estuve sentado varias horas en el banco de una plaza. De repente, vi cómo se fueron desmoronando, como migas de pan, los árboles
y las casas. Sentía nostalgia por el barrio donde viví mi infancia.
Luego entendí que estaba atrapado en
garras de la noche. Que soltó a su amante: oscura, galante y febril. Ella, la
amante, se acercó a mí, lo único que hice fue bailar como nunca en mi vida…
Fernanda Luquez
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