Lo espera, confía
que de vuelta no le falle.
La noche ya
está instalada, comienza los preparativos del ritual. Controla puertas y
ventanas, asegura las llaves que dan paso a los servicios. Que no torture
ninguna canilla lagrimosa u olvidar otros pequeños menesteres. Camino al
dormitorio siembra la oscuridad en cada espacio. A la luz del velador nunca la
apaga.
… comienza
a relajarse, el cuerpo hace las paces con las sabanas. Los pensamientos se
arremolinan en la almohada y un suspiro de soledad mal resignada invitara a su
amigo a su cama.
Yo soy el
amigo de quien hacen referencia. Me apiade de su llamado y vine, ¡por favor déjenos
solos, privacidad!
Me recuesto
tan cerca de él que no me siente. Contemplo sus parpados cerrados y el gracioso
tic nervioso en su ojo izquierdo. Su pulso casi al mínimo, el corazón le camina
en dos cornisas. Es agradable la temperatura de su cuerpo, lo abrazo lentamente
para llevarle a su mente a mis dominios.
Soportare
una vez más el rechinar grosero de su boca; estertores poco elegantes y la
sonrisa idiota que no encuentra asidero en ningún lado. Entra también su
ronquido entrecortado que por cierto me exaspera. El todavía no quiere hacerse
cargo que son pequeños anuncios de algo grave.
Ya está en
mis manos; decido. Primero crearle confusión, luego imágenes borrosas,
desordenadas, también algo de caos. Paso a coordinarle alguna historia. Juego.
Lo real y lo increíble convergen en un puño. Espacio. Una dosis de miedo,
breves segundos de sosiego e intercalados olvidos para estacionarlo en
suspenso…
Esta noche
pondré un aderezo de lujuria en su pijama. Me divierte el pensar como hará al
otro día para borrar las indecorosas ojeras.
Teresa Albarracín
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