sábado, 13 de octubre de 2012

Pérez y su amigo de cama



Lo espera, confía que de vuelta no le falle.
La noche ya está instalada, comienza los preparativos del ritual. Controla puertas y ventanas, asegura las llaves que dan paso a los servicios. Que no torture ninguna canilla lagrimosa u olvidar otros pequeños menesteres. Camino al dormitorio siembra la oscuridad en cada espacio. A la luz del velador nunca la apaga.
… comienza a relajarse, el cuerpo hace las paces con las sabanas. Los pensamientos se arremolinan en la almohada y un suspiro de soledad mal resignada invitara a su amigo a su cama.
Yo soy el amigo de quien hacen referencia. Me apiade de su llamado y vine, ¡por favor déjenos solos, privacidad!
Me recuesto tan cerca de él que no me siente. Contemplo sus parpados cerrados y el gracioso tic nervioso en su ojo izquierdo. Su pulso casi al mínimo, el corazón le camina en dos cornisas. Es agradable la temperatura de su cuerpo, lo abrazo lentamente para llevarle a su mente a mis dominios.
Soportare una vez más el rechinar grosero de su boca; estertores poco elegantes y la sonrisa idiota que no encuentra asidero en ningún lado. Entra también su ronquido entrecortado que por cierto me exaspera. El todavía no quiere hacerse cargo que son pequeños anuncios de algo grave.
Ya está en mis manos; decido. Primero crearle confusión, luego imágenes borrosas, desordenadas, también algo de caos. Paso a coordinarle alguna historia. Juego. Lo real y lo increíble convergen en un puño. Espacio. Una dosis de miedo, breves segundos de sosiego e intercalados olvidos para estacionarlo en suspenso…
Esta noche pondré un aderezo de lujuria en su pijama. Me divierte el pensar como hará al otro día para borrar las indecorosas ojeras.








                                                              Teresa Albarracín

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